
Bolivia enfrenta una nueva y prolongada crisis de abastecimiento de combustible que, tras más de dos semanas, mantiene extensas filas en surtidores a lo largo del país. La escasez ha sido provocada por una combinación de factores: condiciones climáticas adversas en el puerto chileno de Arica, una huelga de transportistas de cisternas y la persistente falta de divisas para las importaciones.
El ministro de Hidrocarburos, Alejandro Gallardo, informó que seis buques con más de 191 millones de litros de combustible están retenidos en la costa de Arica debido a marejadas, con olas de hasta 2,1 metros, que impiden el atraque seguro de las embarcaciones. No obstante, se prevé que entre el 28 y 29 de mayo el clima mejore y permita la descarga, lo que podría aliviar el suministro.
La crisis se intensificó con la protesta de unos 5.500 cisternistas que exigen un reajuste en las tarifas de transporte. Aunque este fin de semana se logró un acuerdo parcial para mantener los contratos vigentes hasta junio, los transportistas advirtieron que continúan en estado de emergencia.
Bolivia importa el 90% del diésel y más de la mitad de la gasolina que consume, con una subvención estatal que mantiene los precios en niveles artificialmente bajos. Este modelo ha incrementado el gasto público: solo en 2024, se destinaron más de 3.300 millones de dólares a la compra de carburantes.
Pese a los esfuerzos de YPFB y la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) para normalizar el despacho, las filas persisten, y la población sigue enfrentando la incertidumbre de un suministro inestable en un contexto económico frágil.